Baya, icono pionero de la pintura argelina homenajeado en una exposición retrospectiva en el Instituto del Mundo Árabe.

El Instituto del Mundo Árabe rinde homenaje a Baya, el artista argelino más conocido del Magreb. Sus pinturas pigmentadas podrán admirarse hasta el 26 de marzo.
“Baya es una de las jóvenes colonizadas que trascendió todos los determinismos coloniales, sociales y de género para imponerse desde muy joven”, describe Anissa Bouayed, historiadora y comisaria de la exposición Baya, femmes en leur jardin en el Institut du monde arabe. Esta exposición retrospectiva rinde homenaje a la obra de Baya, pintor argelino pionero que a los 16 años saltó a la fama, deslumbrando a escritores, artistas y amantes del arte. Sus lienzos de vivos colores calientan los corazones del público que descubre la milagrosa historia de Baya.
Es esta historia la que hace que la exposición sea tan rica: “En la obra de Baya hay un importante entrelazamiento de cuestiones biográficas en lo que pinta. La aportación específica de la exposición es el rico trabajo documental que complementa las obras de Baya”, explica Anissa Bouayed.
El IMA expone por primera vez unos cuarenta de sus primeros dibujos de 1944-45, cuando Baya tenía 13 años. También se exponen documentos históricos inéditos, como estas cartas de los Archivos Nacionales de Ultramar de Aix-en-Provence. La exposición podrá verse hasta el 26 de marzo en el IMA, y después en el Centre de la Vieille Charité de Marsella, del 11 de mayo al 24 de septiembre.
La historia de un niño prodigio
La exposición cronológica recorre las diferentes etapas de la carrera artística de Baya, desde sus inicios en los años 40, pasando por su encuentro con Marguerite Caminat, su madre adoptiva, hasta su estancia en el estudio Madoura de Vallauris, donde conoció a Picasso. La escenografía nos permite comprender la construcción de Baya como artista y como mujer.
Bahia, pronunciada Baya por los cabilas, era huérfana y trabajaba en las granjas con su abuela cuando, a los diez años, conoció a Marguerite Caminat, artista, amante del arte y partidaria de la educación artística gratuita para los niños. Observó a la joven Baya dibujando en arcilla y creando pequeñas esculturas de barro. Impresionada, propuso a la abuela de Baya adoptarla y se la llevó a su piso de Argel.
Baya aprende por sí misma o imitando a las mujeres cabilas que manejan con destreza el arte de la alfarería: “Supo apoyarse en las personas que la tomaron bajo su protección salvaguardando su patrimonio cultural y su personalidad”, explica Claude Lemand, coleccionista-donante, investigador y co-comisario de la exposición.
Homenaje a la cultura árabe cabila
Baya valora la riqueza de las artes populares argelinas, ya se trate de un patrimonio oral, como los cuentos que las mujeres cabilas le contaban de niña, o de un patrimonio plástico, como la cerámica, los dibujos o las formas. “En sus primeras obras, hay mujeres a las que llama mujeres con talismán o colgantes, con lo que parecen joyas cabilas. También pensé mucho en la fouta de Kabyle para los vestidos. Pero Baya no hace una transcripción estricta de un folclore: lo valoriza de otra manera”, dice Anissa Bouayed.
Baya se otorga a sí misma el derecho, relativamente pronto, de transcribir las cosas con su propia singularidad. “En lugar de hacer motivos florales en los vestidos, como estamos acostumbrados a ver en Cabilia, los vestidos de Baya estarán llenos de mariposas o pájaros mezclados con puntos y líneas. Se permite una gran libertad creativa”, prosigue Anissa Bouayed.
El genio de Baya
Baya es heredera de miles de años de arte. Está muy influenciada por los cuentos que las familias cabilas le contaban en su infancia. En toda una pared de la exposición se reúnen pequeños cuadros unos junto a otros. “Son ilustraciones de cuentos cabileños que Baya hizo hacia los 15 años. Uno de los cuadros relata un cuento cabileño muy famoso, el de la cabra y los huérfanos. Antes de morir, la madre confía una cabra a sus hijos. La madrastra se niega a dar comida a los huérfanos, que siguen siendo guapos y en forma a pesar de todo. Cuando la madrastra descubre que están bebiendo leche de cabra a escondidas, la manda matar. Los niños van a la tumba de su madre y la ven sacar pecho. Van a mamarla todos los días, hasta que la madrastra se da cuenta y decide quemarla”, cuenta Claude Lemand.
A través de sus ilustraciones, Baya representa un amor filial y sororal que supera todas las pruebas. “En los cuentos que conserva, siempre hay una madre que muere y un marido que se vuelve a casar con una madrastra terrible que sólo quiere hacer daño a los huérfanos. A menudo son un chico y una chica los que se llevan muy bien”, añade Claude Lemand.
Mujeres o reinas
Las mujeres desempeñan un papel central en el trabajo de Baya. Presta especial atención a los vestidos y tocados muy extravagantes. “Hay un fuerte deseo de mostrar el mundo a través de los ojos de las mujeres. Creo que ésta es quizá la esencia del mensaje de Baya. Hay un lado emancipador”, explica Anissa Bouayed.
Baya nunca pone a las mujeres en posición de víctimas, acosadas por el trabajo. Siempre las muestra hermosas y en poses majestuosas. “Muchos escritores, entre ellos Assia Djebar, han dicho que muestra a las mujeres como reinas, las que ordenan el mundo y protegen a los animales y las plantas”, añade Claude Lemand.
Un mundo ideal, soñado
Los exuberantes paisajes de las obras de Baya no nos trasladan a Argelia, sino a un mundo idealizado cercano a un Jardín del Edén. “André Breton tuvo la intuición de considerar a Baya como la reina de la Arabia feliz. Esta reina es también la reina de Saba. Hay algo mítico y maravilloso en ella. Esto es lo que ha hecho Baya en su obra: ha creado de forma natural un diálogo entre la mujer y los pájaros como en la época del rey Salomón y la reina de Saba”, informa Claude Lemand.
¿Un mundo ideal, soñado? La naturaleza, según Baya, nos aleja de la tierra. Era musulmana y muy apegada a su espiritualidad: “Nadie ha dicho que en la obra de Baya hubiera un aspecto no religioso, sino místico, espiritual y universalista. No debemos seguir a los nacionalistas argelinos que quieren monopolizarla”, recuerda Claude Lemand.
La omnipresencia del pájaro plantea interrogantes: “Podemos pensar que para Baya el pájaro es también una metáfora de algo interior que se expresa. Es el mensajero, creo, del alma de los personajes, del alma de los instrumentos musicales. El pájaro tiene el mismo ojo que las mujeres y las mira desde un ángulo. Es el símbolo de la vigilancia, de la apertura al mundo y de la transmisión”, interpreta Anissa Bouayed.
La mariposa, otro de los animales emblemáticos de Baya, puede hacer referencia a la metamorfosis. “Las plantas pueden parecer animales, los animales parecen instrumentos musicales: la metamorfosis está presente en un mundo que conserva una unidad y una armonía, siempre muy compuestas con un elemento central como una mujer o un instrumento”, prosigue Anissa Bouayed. La cultura religiosa de Baya le permite tener una visión estética en busca de una armonía primordial.
Encuentro con Picasso
En 1948, Baya acompaña a Marguerite al taller Madoura de Vallauris. Allí hizo muchas cerámicas y conoció a Picasso, que se interesó por su obra. Baya evocó este episodio en sus entrevistas de 1982: “Nuestros talleres eran vecinos y él venía a visitarme de vez en cuando. Solíamos hablar. Era muy simpático. Hay quien dice que me enseñó a trabajar. En absoluto. Trabajábamos por separado”; y en 1993: “Nuestros talleres estaban uno al lado del otro. De vez en cuando venía a ver lo que hacía. Almorzamos juntos y comimos cuscús. Era un hombre magnífico, maravilloso. Iba a ver qué estaba haciendo.